La Luna casi llena
Entre música, charla, cigarros, vino, más vino, café y otro café, salimos de Villa Sousa ya con las ganas de comer, de comer la noche, la noche de regalos, la folia. Ya en El Botequim, ese mítico bar que siempre está ahí pero donde todo cambia. Nuestro objetivo primario, el madroño; nuestros demás objetivos, difíciles de explicar pero claros de entender. Madroño no había, tenían aguardiente de higo… Nadie lo había probado, pero los tres lo hemos bebido. En eso momento nos encontramos a Yarah y un amigo, no había silla para todos pero había ganas de estar juntos. Entre palabra e historia, una seguía a la otra así como el aguardiente de higo… mejor el madroño, pero el aguardiente seguía viniendo. Bia llenaba los pequeños vasos y las conversaciones llenaban nuestra imaginación. Y así seguía. Una historia después de otra, una poesía, otro aguardiente, Yarah y su amigo, nosotros y Benjamín. El ritmo no paraba y el aguardiente nos seguía.
Entre un libro y la poesía, y un libro de poesía, la cosa se complica. La poesía era buena y la borrachera mejor. João saca del mechero lo enciende y se ve la llama como se saliera de uno de esos versos, las palabras ardientes, el mechero en llama. La llama quema las puntas del libro mientras se escuchaba la poesía, Yarah se cabrea pero la borrachera seguía. La edición del libro más antigua que la borrachera y según ella, más antigua que el propio aguardiente de higo. No estoy seguro de las dos, pero la bronca ya estaba montada. La llama que quemó el libro ya estaba apagada pero seguía esa tensión y Benjamín lleno de ganas de irse al Damas. Pasan dos compases de tiempo y João se va con Benjamín al Damas y yo me quedo con la otra dama, la de nombre Yarah.
Yo estaba borracho, bastante, y Yarah también. Pero el ritmo no podría parar, la fiesta todavía no había empezado. Dos cervezas más para dar un cambiazo, pero seguía la folia. Bia, la camarera, siempre pendiente, demasiado pendiente... Le digo a Yarah: “yo creo que tú le gustas a Bia”. “Igual tú le gustas a ella“, me dice. No eran las dudas, eran las ganas que me daban ganas.
Más borracho empecé a contar algo a Yarah. En ese momento lo que le decía tenía mucho sentido y era bastante coherente, ahora, no me acuerdo de nada. Seguí hablando, y hablé, y conté, y llegó un momento en que ya no podía escuchar mi voz. Me callé, qué bueno fue ese momento de silencio en mi cabeza, de no escucharme más. Sí, yo estaba cansado de mí mismo, me imagino que ella más... Ella me cuenta algo seguramente tan o más coherente que todo lo que yo le había contado pero no me acuerdo de nada, bueno de casi nada. Me acuerdo de un detalle de la historia: ella está comprometida. Todas las historias que había contado, habían perdido todo su significado en este momento. Es jodido saber que te montas la carpa, el circo, la performance y todo se va a la mierda cuando ves que no hay gente para ese show. Pero los mejores espectáculos no son esos a los que va más gente, sino los que no se olvidan.
Ella, borracha, poco más decía. No sabía si por la borrachera, si por mis historias aburridas o si por la luna casi llena. Pero la luna siempre ayuda y la borrachera te lanza… Para quebrar el silencio miré lo vasos, teníamos cervezas, Bia había traído unas tostadas con ajo, había comida, sólo faltaba una cosa, faltaba un beso. Me lancé, con la borrachera y con la luna y la besé. Lo que yo imaginaba que sería un fracaso fue un beso intenso, una intensidad de la luna o la borrachera, intenso lo único que importaba, lo que sentías y no lo que pensabas. Besamos y nos besamos como novios apasionados, borrachos, pero como novios borrachos de pasión. Llegó Mara, la amiga de Yarah, se juntó con nosotros, se fue por los besos, se juntó otra vez… Nos vamos que es hora de Damas. Antes de salir pagamos, y Bia, que antes miraba, seguía mirando... ahora con más ganas, más atrevida, sabía que nos estábamos besando y eso le había dado más ganas. Bia salía a las 4 de la mañna, todavía era temprano, eso sonaba a un futuro lejano.
Nos fuimos los tres, Yarah, Mara y yo, para el Damas. Esa carretera que sale a la derecha. En esa bajada, le digo algo a Mara, algo semejante a “ten cuidado”, y me dice: “eres tú el que tiene que tener cuidado”. En ese momento Yarah me agarra me besa con más pasión que antes, con las ganas de comerse el mundo, apasionarse y dejarlo. Nos quedamos los dos solos, Mara iba adelante, pero detrás era donde todo estaba pasando.
Nos besamos, nos tocamos, nos apoyamos en un auto, le pongo los dedos, ella grita, se vuelve loca, me baja los pantalones y me la chupa. Yo me vuelvo loco, con la luna, en la calle, apoyado contra un coche, era un sueño, y ella seguía chupando. Después de chupar y chupar, no hay placer que dé más placer que correrse con tanta pasión. La chupaba con una pasión de ganas, de querer, de no querer parar, de más y más querer, le digo que me voy a correr y ahí abre la boca y pone la lengua para fuera, me toco y en seguida me corro. Me corro en su boca y ella queriendo, disfrutando, buscando más, lo quería tragar todo y más, queriendo y yo extasiado de ese escenario porno de pasión del momento. Me corrí, me la chupó y lo tragó. Ahí, murria feliz, pero no... Nos vestimos y seguimos, la fiesta estaba empezando.
Llegamos al Damas, lleno como un autobús de ciudad, ahí no se respiraba sudor, era música, sexo y alcohol. Hay pocas cosas más en este vida que te den tanta autoestima como lo de correrse con una tía antes de entrar a un sitio que está lleno de tías. Yo estaba ahí arriba, una sonrisa, borracho y con ganas de seguir. Bailamos, besamos y bailamos besando. Parecía una pasión intensa, era una intensa borrachera. Mas cerveza, más música, el bar lleno de chicas, más cervezas, más ganas, más chicas, el doble de ganas. Así que hay que seguir, la máquina no para y la polla tampoco.
Entre bailes, charlas que se olvidan, un cigarro, una birra y otro baile, la cosa se termina. La gente se separaba, las chicas se van y te quedas con “tu chica”. Suena bien, pero es terrible, la fiesta se ha terminado, el alcohol ha terminado, la pasión se baja y las ganas se van por la calle. Otro cigarro, otra charla y ¿qué hacemos? “Yo estoy comprometida”, me dice ella. Yo no tenía ganas de discutirlo… era un hecho y los hechos valen una mierda cuando hay ganas. Si no hay ganas no hay oficio, eso le dije, así que cada uno a su casa. Otro cigarro, otra charla, nos vamos para arriba, para Graça. Ahí, donde para el tranvía, nos despedimos... Cada uno se iba para su casa, pero sus ganas, sus manos y su lengua querían otra cosa. Yo no quería volver a ese punto de las dudas a lo qué hacer, pero los besos me gustaban, seguimos besando, tocando... Debajo de una farola que iluminaba más que la luna casi llena, ella me lleva para un sitio más oscuro. Más besos, más manos, y, ya con los dedos en su coño, más mojado que mis labios borrachos, me lleva hacia otro lado. Poco caminamos y terminamos entre dos coches. Le pongo los dedos, ella grita, vuelca los ojos llena de placer, disfrutando como una pulga chupando sangre. Seguimos y más fuerte, más intenso, más salvaje... Me baja los pantalones y me chupa. ¡Cómo le gusta chupar! ¡Cómo me encanta que me la chupe! Hay pocas cosas mejores en esta vida que una chica que sepa chupar bien la polla. Hacerlo bien no se aprende, se hace con ganas, con pasión, queriendo más que queriendo, chupando. “Me voy a correr”, le digo. Como antes, abre la boca y saca la lengua, demasiado bueno como para perderlo… Mientras me corro la veo chupándome, y disfrutando de que le entre todo en la boca. Divino. En esos segundos de puro placer, miraba la luna y no cabía dentro de mí todo ese orgasmo que estaba sintiendo, se me salía aunque estaba dentro de mí. Cuando crees que no puedes ir más allá de ese momento, ella escupe todo lo que había tragado para el suelo. Ese sonido, divino.
Nos besamos, nos despedimos, me cuenta de su novio, de su edad, y de cuánto le ha gustado estar conmigo. Me dice que hoy no íbamos a follar, y yo contento... no había energía para tanta faena. Nos besamos, nos deseamos suerte y nos fuimos. Increíble, surrealista, bonito, apasionante, inolvidable y hermoso. Las mejores sorpresas son las que no te esperan, las que nunca te has imaginado y las que más has disfrutado. Hay regalos increíbles.
Sigo para casa, caminando con frío. No había forma de explicar eso que había pasado, pero tampoco hacía falta entenderlo, pues todavía lo estaba sintiendo. Seguía mi camino hacia casa, entre escaleras, calles, y el placer en mi cabeza. Todo esto era surrealista, la vida es puro surrealismo, la excepción no hace la regla, porque las reglas sólo existen para quien cree en ellas. La belleza me llenaba la cabeza, esos momentos grabados en mi cabeza.
Borracho por las sensaciones, ya casi sobrio del alcohol, era la borrachera intensa de emociones que me llevaba borracho a casa.
Casi antes de llegar, una mujer de unos cuarenta y pico de años me pregunta: “¿tienes coca cocinada?” No entendí y le pregunté dos veces y dos veces me contesto: “¿tienes coca cocinada?” Se buscan explicaciones para muchas cosas, y mucha gente cree que entiende de muchas cosas, pero en apenas algunas horas yo no entendí nada, y nada había que entender, sólo sentir y vivir, beber y correrse.